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¿Debe considerarse la vitamina D una hormona?


Dr. Pedro Jesús Rozas Moreno | Endocrinología y Nutrición

Hospital General Universitario de Ciudad Real, Ciudad Real


La vitamina D ha generado un interés creciente en los últimos años, no sólo por su principal función relacionada con el mantenimiento del metabolismo del calcio, sino también, por sus posibles efectos extraesqueléticos1. Además, diferentes estudios han puesto de manifiesto la existencia de una elevada prevalencia de hipovitaminosis D en las distintas poblaciones analizadas2.

Aunque por razones históricas ligadas a su descubrimiento es considerada una vitamina, realmente se trata de una hormona esteroidea que constituye un verdadero eje hormonal con acciones sistémicas y locales en diferentes órganos y líneas celulares. El proceso de síntesis y metabolismo es conocido desde principios del siglo pasado siendo sus principales formas bioquímicas la vitamina D3 (colecalciferol) y la vitamina D2 (ergocalciferol). En el ser humano el aporte fundamental proviene de la transformación cutánea del 7-dehidrocolesterol en colecalciferol por acción de los rayos solares ultravioleta. En menor medida, la vitamina D también puede obtenerse a partir de los alimentos, tanto de origen animal (colecalciferol), como de origen vegetal (ergocalciferol)1. Tanto la vitamina D3 como la D2 precisan de dos hidroxilaciones para ser biológicamente activas. En primer lugar, se produce en la posición 25 de la molécula, mediante la 25-hidroxilasa hepática, originándose el 25 hidroxi-colecalciferol (25OHD), también denominado calcifediol o calcidiol. Posteriormente, principalmente en las células tubulares renales, se produce otra hidroxilación por la 1α-hidroxilasa que genera la 1,25 dihidroxi-vitamina D (1,25OH2D), el metabolito hormonalmente más activo de este sistema endocrino.

La amplia distribución del receptor de vitamina D (VDR) permite inferir que esta vitamina desempeña funciones no relacionadas con el metabolismo fosfocálcico. Así, se ha descrito actividad 1α-hidroxilasa en numerosas células extrarrenales, lo que facilitaría la activación de la 25-OH vitamina D. La unión de la vitamina D a su receptor específico regula la transcripción de más de 200 genes implicados en los procesos de crecimiento y de maduración celulares, en la inhibición del eje renina-angiotensina y la angiogénesis, en la secreción de insulina y en la sensibilidad a la misma. Por tanto, biológicamente existe un fundamento para el papel etiopatogénico en diversas enfermedades extraesqueléticas. En este sentido, se han descrito multitud de asociaciones epidemiológicas entre déficit de vitamina D y un mayor riesgo de padecer enfermedades crónicas tan prevalentes como determinadas neoplasias, diabetes, enfermedades autoinmunes y enfermedades cardiovasculares, entre otras. Sin embargo, la evidencia del beneficio de la suplementación en la prevención de estas patologías es limitado o contradictorio por lo que en el momento actual no podemos recomendar el uso de vitamina D con beneficios al margen de sus efectos en el metabolismo fosfocálcico.

En definitiva, la vitamina D constituye un verdadero sistema endocrino con acciones sistémicas y locales en diferentes órganos y líneas celulares.


Bibliografía y referencias: