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¿Un producto probiótico para cada patología?



La microbiota del organismo humano se distribuye en la piel y en las mucosas, existiendo diferencias apreciables en cuanto a los microorganismos que colonizan los distintos espacios y en cuanto al papel mutualista que puedan tener en ellos.

En la piel, de forma variable en función de la humedad de la zona, predominan corinebacterias, propionibacterias y Staphylococcus epidermidis, además de algunos hongos (sobre todo del género Malassezia) y ácaros.

El aparato digestivo presenta una colonización irregular, con escasos lactobacilos en el estómago, donde además aparece Helicobacter pylori en el 40% de la población, que van aumentando en el intestino a medida que nos alejamos del duodeno. En el colon se alcanza la máxima concentración bacteriana, fundamentalmente a base de anaerobias estrictas, con Faecalibacterium, Bacteroides, Prevotella, Bifidobacterium, pero también con hongos y protozoos.

En la época fértil la microbiota vaginal está formada mayoritariamente por lactobacilos, y la principal fuente de contaminación es el digestivo; en las niñas y en las mujeres postmenopáusicas se encuentran microorganismos de la piel y del intestino y un reducido número de lactobacilos. La procedencia de los gérmenes que contaminan las vías urinarias es también el intestino, más frecuentemente en las mujeres, puesto que en los hombres existe un efecto de arrastre producido por la orina y una gran separación entre ambos aparatos excretores.

Es lógico suponer que las alteraciones de la microbiota o disbiosis en los diferentes espacios deberían ser suplementadas con probióticos, prebióticos y simbióticos también diferentes. Para que un microorganismo sea utilizado como probiótico tiene que haber sido evaluada su seguridad (existe una lista QPS, Qualified Presumption of Safety, por sus siglas en inglés) y sus propiedades probióticas. En este sentido ha de comprobarse su funcionalidad, es decir, el antagonismo microbiano que evite el asentamiento de un potencial patógeno.

Por ejemplo, los probióticos que se utilizan para las infecciones del trato urinario (ITU), como adyuvantes al tratamiento antibiótico o como estrategia preventiva de recurrencias, han de demostrar su capacidad para inhibir el asentamiento de los patógenos urinarios. Aunque en última instancia sean los ensayos clínicos los que demuestren la eficacia de los probióticos en cada situación clínica y aporten el mayor grado de evidencia científica, mediante los ensayos in vitro se pueden determinar los mecanismos en los que se basa dicha inhibición.

Uno de estos ensayos ha sido realizado por el laboratorio AB-Biotics para comprobar el antagonismo de las cepas L. Plantarum CECT8675 y CECT8677 frente a Escherichia coli, Staphylococcus saprophyticus y Proteus mirabilis (Figura 1).

La actividad bactericida comienza en las primeras 24 horas y a las 48 se produce una intensa inhibición del crecimiento de los uropatógenos. Además, se ha comprobado como se reduce el pH en el medio en 24 horas, lo cual puede ser un importante factor adyuvante frente a su colonización y sobrecrecimiento en el aparato genitourinario femenino.