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El verdadero valor de la eficacia vacunal



Cuando esperamos la llegada de un nuevo fármaco estamos deseando acceder a los resultados de los estudios pivotales que nos muestren los datos de su eficacia. Las vacunas no son una excepción y, de forma similar, también deseamos conocer los datos de eficacia vacunal a través de los resultados de los ensayos clínicos controlados aleatorizados. La eficacia vacunal, por tanto, representa los resultados o los beneficios de salud proporcionados a los individuos cuando la vacuna es aplicada en condiciones ideales. Su valor es universal, pero su beneficio sanitario es potencial porque se trata de un producto inmunobiológico que en el mundo real a la hora de su administración puede verse afectado por muchos factores.

Entre otros factores que afectan a la eficacia vacunal se encuentran la accesibilidad de la población a la vacuna, la aceptación por parte de la población diana, una adecuada conservación y manipulación, o una correcta pauta de administración en dosis, vía, lugar o técnica vacunal. Este valor que sí indica el beneficio sanitario real de las vacunas se denomina efectividad vacunal y se puede calcular mediante estudios observacionales como ensayos en fase IV postcomercialización.

Intuitivamente nos da la impresión de que la efectividad vacunal debe tener siempre un valor inferior a la eficacia vacunal. Pero, aunque puede parecer algo paradójico, para algunas vacunas puede no ser así. Hay dos fenómenos que explican esta circunstancia.

El primero responde a que algunas vacunas, como las vacunas conjugadas frente a neumococo, Haemophilus influenzae o meningococo, son capaces de evitar la colonización nasofaríngea del agente infeccioso mientras también evitan la infección frente al agente para el que se diseñaron generando un beneficio directo. El uso de estas vacunas con una eficacia suficiente y alcanzando una cobertura vacunal apropiada puede lograr, gracias a su acción sobre la colonización, evitar la transmisión del agente infeccioso desde las personas vacunadas a las no vacunadas provocando, en este caso, un beneficio directo extendido de las vacunas. Es decir, un impacto beneficioso en población no vacunada.

El segundo responde al hecho de que logrando, mediante la vacunación, la presencia de suficientes individuos inmunes frente a determinadas enfermedades transmisibles en una población podemos proteger a gran parte del resto de la población al interrumpir la transmisión del agente infeccioso provocando un beneficio indirecto, en este caso, conocido como inmunidad de grupo, colectiva o de rebaño.

Ambos fenómenos aportan un valor añadido a la vacunación permitiendo “mágicamente” obtener un beneficio mayor del inherente a la propia vacuna usada individualmente y dotando a la vacunación de una vertiente social solidaria cuando ese beneficio recae en individuos que no han tenido acceso a la vacuna o en aquellos en los que estaba contraindicada.